En la primera entrada, Cecilia nos contaba por qué prefieren vivir sin coche. Ahora nos explica cómo lo hace: a veces no tener coche es difícil, por poco habitual, por falta de transporte público, o porque las expectativas de los demás son diferentes. Puedes leer más reflexiones de Cecilia en su blog Belleza en bici.
Cecilia (@looking4green)
Vivir en Madrid sin coche cuando eres soltero o no tienes hijos es muy fácil. Las infraestructuras públicas, a pesar de que hay mucho que mejorar, son bastante buenas y además con tu bicicleta -sola o combinada con transporte público- llegas a cualquier parte. Pero cuando tienes un hijo, al principio te limita un poco el radio de acción. A veces la gente puede no entender que no quieras llevar al niño de visita rociera, de casa de un familiar a otro, porque tardas mucho más que si fueras en coche. Pero una vez lo aceptan, no hay ningún problema. Hay desplazamientos que no puedes hacer, y punto. Por ejemplo, ir de visita todos los fines de semana a casa de un familiar que vive en el extrarradio de la ciudad. O ir a esa boda o bautizo que se celebra en un restaurante en la carretera de Barcelona. Eso que nos ahorramos, la verdad. No tener coche no limita nuestras vidas: vivimos la vida que queremos, por decisión propia.
A mi me hubiera estresado de verdad conducir de un lado a otro con mi bebé en la parte trasera del coche. Si vives en una ciudad pequeña, un paseo con el carrito o la mochila portabebés no hace daño a nadie, y cuando existe transporte público, sólo tienes que informarte bien de las opciones que te ofrece (ascensores para discapacitados en el metro, sillitas portabebés en el autobús, billetes gratuitos…) y aprovecharlas al máximo.
Mi marido trabaja fuera de Madrid, así que se hace una hora y cuarto de ida y otro tanto de vuelta en transporte público. Lo que para otros sería una tortura para él es su momento de lectura diaria, ya que como dice “tiene una bestia que alimentar” en ese sentido. Así que tan contento.
Yo trabajo bastante cerca de casa, a unos 6 km. Empecé yendo a trabajar en metro y en autobús, y así estuve durante muchos años. Hasta que sentí la llamada de la bicicleta, y después de unos ensayos pre-embarazo, cuando nuestro hijo tenía dos añitos, en agosto de 2013, invertí en mi adorada bicicleta eléctrica y me lancé a ir en bici a la guardería y después a trabajar. Y después fuimos al cole también. Una de las decisiones más felices de mi vida. Por lo tanto, nuestras necesidades de transporte diario las tenemos cubiertas sin necesidad de coche.
En cuanto a nuestras compras, que por lo visto es algo para lo que la gente usa mucho el coche, vamos al supermercado que está cerca de casa, caminando con nuestro carrito de la compra o nuestras bolsas de rafia para no usar bolsas de plástico, y recibimos semanalmente una caja de fruta y verdura ecológica. No vamos a grandes superficies de las afueras una vez al mes y volvemos con el coche petado de comida y muebles y un nuevo taladro. Si vamos a comprar algo al “gigante sueco”, por ejemplo, vamos en metro, aunque tardamos una horita de ida y otra de vuelta… Compramos cosas que estén cerca, o bien, cuando necesitamos algo especial, compramos por internet. Vale que para que el producto llegue a tu casa es necesario un transporte, pero hay que pensar que es un transporte compartido de varios paquetes, no de una familia en un coche ida y vuelta.
En nuestros planes de ocio en la ciudad, sí es duro tener que ir con el niño en metro al zoo, a Faunia, o a casa de tu prima a comer. No vas de puerta a puerta: el transporte público va combinado con desplazamientos a pie. Un niño pequeño no camina tanto como un adulto, y cuando te deshaces del carrito de una puñetera vez, acabas con el crío en brazos cuando se cansa… Y si a la vuelta se duerme, se duerme en tus brazos en el metro, no en la sillita, y ahí ya estás vendido.
Pero bueno, ¡no es tan terrible! Al llegar no hay que aparcar, ni pillas atascos, ni te das un golpe conduciendo porque el niño te ha distraído… ¡Hay que ver la parte positiva! Esos planes especiales son cosas que no se hacen todas las semanas, son aventuras urbanas que vamos dosificando. A diario lo que hacemos con el niño es ir al parque, a la biblioteca, a jugar a casa de amiguitos o a comprar. Y todo eso nuestro hijo lo vive a pie o en transporte público (la bici es sólo para las mañanas, conmigo, y por la tarde le recoge el papá).
Para los futuros papás que nos estén leyendo: los años de uso de la mochila portabebés y del carrito pasan enseguida, y nuestro hijo vive una vida físicamente activa. Está más acostumbrado a caminar (y a ir a caballito, ejem), y para él, coger el metro, el bus o un taxi para ir a algún sitio nuevo es un acontecimiento. Es más consciente de las distancias, le gusta ver planos y entenderlos, conoce ya muchas normas de circulación. Y por supuesto, en el parque es una máquina en su pequeña bici de equilibrio.
Cuando más echamos de menos el coche es para viajar, pero existe la posibilidad del alquiler. Por ecología, también intentamos usar el coche y el avión lo menos posible, primando el uso del tren y en todo caso el autobús. Si alquilamos, normalmente lo hacemos en destino, y a veces sólo para visitas puntuales previamente programadas, no para toda la estancia. Para desplazamientos tipo aeropuerto y estación de tren con el bebé/niño hay que tirar de Eurotaxis, que aportan sillitas homologadas previa reserva, e informarse bien de transporte público de la zona. Es un pequeño esfuerzo extra que acabas por asumir e integrar en tu rutina de planificación de viajes como algo normal.
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